Octubre de 2008
Partecita I
Que bien que va la vida cuando se hace un viaje. A donde sea que viajamos.
Es la tarde primaveral de un miércoles de octubre y en Paternal aparecen los primeros vendedores de jazmines en los semáforos. Juan Carlos, el del geriátrico de al lado, está tomando mate en la vereda con una de las enfermeras.
Tomo un té a los apurones mientras preparo la mochila.
Tres calzones, tres pares de medias, un polar, dos largos, un corto y una campera porque en Patagonia refresca de veraz. Elijo tres libros, agarro el cuadernito y salgo a Retiro nomás.
Me encuentro con el Tavo en la plataforma diez.
Nos abrazamos cómplicemente. Tenemos muchas ganas de irnos especialmente esta vez. Cargamos el termo con agua caliente y subimos al bondi.
Es un mediodía verde y fresco de jueves en el valle de Roca (la ciudad de Piedra, como nos enseño a llamarla el Dante).
Lo primero que hacemos es llamar a los pibes. Hace muchos años que no volvemos a estar todos juntos. el Dante, el Gato y Fa. Cada uno va haciendo camino al andar. Ya no somos esos adolescentes rabiosos de ciudad.
Además está el Turco de Córdoba y los amigotes del Dante de siempre (esos amigos que te reciben en una chacra con un corderito o en un patio con un fernet fresquito).
Los pibes están en el taller arreglando el quirquincho. Parece que se hizo mierda el motor.
Al final nos encontraremos todos a la noche. El Dante se despacha con terrible lechón al asador que comemos con las manos como neandertales.
Panza llena, homos contentus.
Fumamos y vemos el bracerio apagarse lentamente.
El Gato arma unos tabacos. Llena los vasos. Pide una zamba vieja.
Hace años que no mirábamos el fuego juntos en silencio.
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