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martes, 26 de abril de 2011

REPUBLICA SEPARATISTA DE LA PATERNAL

Desde que llegué a la calle Espinosa escucho que hay células terroristas que traman la independencia barrial.
Ya en mi primera semana por estos pagos oí de refilón en la panadería, que era inminente el primer ataque al Mac Donals de Av. San Martín y Juan Agustín García.
Según Silvita la panadera, el golpe se daría por la noche con un Fiat 125 cargado de dinamita incrustándose a toda velocidad en una de las ventanas del Automac.
Otra vez me contó Ervin que el ferretero de la galería lo había acusado de traidor.
Simplemente había fiado a un pobre cristiano que andaba seco en fin de mes. Pero según la gente el individuo era el capo del bando anarco-paternalista.
No tardó después en correr el rumor de que Ervin era el contacto con el gobierno de Evo Morales, que desde Bolivia proveía de armas a los compañeros revolucionarios.
Hasta se comentaba que la verdulería era una pantalla, y que de madrugada, en vez de bajar la fruta y la verdura que traían del Mercado Central, bajaban fusiles, pólvora y hasta granadas!
Una vez me llegó un extraño volante de color rojo adentro del diario del domingo.
Rápidamente fui a aclarar la situación con Gabriel al puesto de diarios de Trelles.
Me dijo que él no sabía nada. Pero por sobre todo que no andaba en cosas raras.
Es verdad, porque con los años descubrí que el único atisbo de clandestinidad de Gabriel, era ser hincha de Vélez en medio de la tierra de los bichos colorados.
Dicen que dicen, que el peruano de la cerrajería tiene un archivo de llaves de todos los garcas del barrio marcados por el movimiento libertario.
Y que Peto, el hijo de Doña Mariana,  prepara en su taller por las noches los autos que expropian para dar golpes sangrientos.
Me contó Pamela que en el locutorio últimamente aparece gente que hace llamadas a los destinos más remotos como Irán, Venezuela o Corea del norte.
Al poli de la esquina se lo ve mas preocupado que de costumbre.
Juan Carlos, el viejito del geriátrico, está asustado. Y solo abre la ventana para pedirme un par de cigarros cuando me ve pasar.
Marta la costurera ya no trabaja con la puerta abierta.
Quieren enrejar la placita del Cid Campeador para que los pibes de la murga no ensayen más.
Y en la rockería de la Estación Paternal ya no se puede bailar porque una orden municipal lo impide.
Yo no se si la revolución es inminente.
Yo no se si vienen tiempos de cambio.
Ni siquiera se si a alguien se le cruzó por la capocha que acá en el barrio un mundo mejor es posible.
Pero en algunas mañanas frescas de julio encaro la vida con mi bicicleta y el sol me inunda el pecho.
Y el airecito de jazmines en diciembre se me mezcla con el aceite quemado de los talleres de Warnes.
Los pajaritos de la vía se quedan mudos cuando el tren chirrea contra el metal viejo de los rieles.
Yo no se si algo de todo eso será.
Pero cuando llego machadito por las noches escucho como palabras lejanas.
Como gritos. Y no son gatos en celo peleando por su sexo.
Son como ecos de soledades que se quieren encontrar.

Bs.As., barrio de la Paternal, Julio de 2008
Leo Parigi 

JUAN PIBE

* En el año 2009 al señor Mauricio Macri (Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires) se le ocurriò poner la Escuela de la Policìa Metropolitana, en el edificio de "Puerto Pibes"(un espacio que era habitado por cientos de docentes y miles de pibes de todo el paìs, haciendo talleres de arte, actividades recreativas y convivencias). De aquellos dìas de resistencia y ocupaciòn naciò este relato.

Juan Pibe es joven y argentino. Puro delito. Joven y argentino.
Juan Pibe desayuna todos los días mate cocido con preguntas. Sobre la muerte y el futuro, sobre el origen del universo y el amor, sobre el hambre y el dolor.
Dicen los diarios y anuncia la tele que Juan Pibe es un asesino. Que anda de caño, que roba para comprar paco. Claro, es un asesino. Claro, es un joven y argentino.
Dice los dichos populares que la juventud es el futuro. Que Juan Pibe es el futuro y no el presente. Nunca el presente.
Todos los sábados Juan Pibe se levanta 7 y pico, para llegar a pata, tren o bondi hasta Puerto Pibes. Ahí nomás, frente a la cancha de River, llega desde la villa 21 de Barracas, y la 31 de Retiro, y los monoblock de Lugano, y Soldati.
A las nueve empieza una ronda de mates calientes para aguantar un poco el frío. Una ronda de jóvenes sin rostro, de esos que no aparecen en la pantalla plana del plasma. De esos Nadies, que no son titular rojo y amarillo de un canal de noticias. Porque son Ningunos y Nadas sin vos en la radio ni palabra en los periódicos.
Casi como a las diez, una Profe pega un afiche en la pared de la sala, que invita a pensar y debatir. Qué es un grupo, como conseguimos la guita para los disfraces de la obra, con quiénes nos gustaría compartir una jornada de recreación o cuántas guitarras tenemos en el hospital de niños.
Al mediodía hay que parar un rato. Un almuerzo con los sanguches de las viandas y pequeña guitarreada, para poder seguir proyectando. A qué comunidad llevamos nuestro espectáculo, como generamos un taller para reflexionar sobre la contaminación o los derechos de los niños o en qué parroquias y comedores de nuestro barrio podemos trabajar.
Hace un par de semanas Juan Pibe llegó a Puerto Ratis y había 30 policías metidos en dos salas. Esas salas que alguna vez albergaron a cientos de niños que venían desde las provincias a pasar unos días de juegos y turismo social en Buenos Aires.
En la puerta le dijeron que ahora, ahí, en Su Puerto Pibes, funcionaba la Policía Metropolitana.
Juan Pibe no sabe si va al Curso de Formación de Líderes Recreativos y Comunitarios o está en la escuela de Cadetes de la Policía Metropolitana. Porque caminando por los pasillos encontró a dos hombres de nuca rapada con un cuchillo y una pistola en la cintura.
Juan Pibe conoce esas armas. Desde muy chiquito las conoce. Su papá y su mamá también las conocen.
Son las armas de un Estado que casi siempre le dio la espalda. De un Estado que un día le dio un DNI y luego, toda la vida lo ninguneó. Y ahora que es joven un Estado que le pone apellido. Juancito ahora es Joven. Ahora es Juan Asesino.
Como Juan está en ese momento de la vida en que uno más que nunca se pregunta, es que piensa.
¿Por qué Escuelas de Policía en vez de Escuelas?
¿Por qué la Policía Metropolitana debería nacer robándole un espacio a los pibes de la ciudad?
¿Qué tienen que ver las tizas y los guardapolvos con las balas y los patrulleros?
¿Algún día dejaremos de hablar de Inseguridad para hablar de Inclusión Social?
¿A quién se le puede ocurrir que un incendio se apaga con nafta?

Bs.As., Mayo de 2009
Leo Parigi

ADIOS NONITO


Ayer le mostré a la Abuela una hojita muy verde y peluda. Ella dice que no es una hoja de zapallo. Que las de la planta de zapallo no se abren para los costados como ésa. Pero para mí es zapallo.
La arranqué con cuidado por la tarde, cuando salí de tu casa a caminar un rato.
Es que llevaba un par de horas saludando familiares que hace años no veía y necesité una bocanada de barrio en primavera.
Estaban todos ayer. Los de San martín, Marta y Aldo con la parentela, Delia (que trajo saludos del Pelado) y Tito de Tortuguitas. Hasta la Tía Blanca que esta viejita, se vino desde Tigre en colectivo.
Todos me abrazaban fuerte y me recordaban algo de vos.
Que campeón de tejo, que tano testadura, que Vélez, que “Villa la Contentezza”…
En un momento preferí salir a fumar, y después respirar las azaleas, que en noviembre inundan toda la cuadra con su perfume de años que ya no tengo más.
Insisto en que es una hoja de zapallo. No podría ser una planta silvestre, aunque la Abuela sepa mucho de plantas.
Además conozco la historia de esa hoja desde su origen.
No se si vos te acordarás, pero yo recuerdo aquel día en que estaba peloteando contra la pared de la verdulería y empezó todo:
Saliste con la birome en la oreja y el delantal todo sucio a saludar a Doña María que justo sacaba a pasear a Polilla.
Yo le tenía un poco de bronca a Polilla; por eso cuando podía le pegaba una pelotazo en la jeta sin que la vieja lo viera. Me encantaba verlo ladrar enfurecido, frunciendo el hociquito chato, mostrándome los colmillos afilados.
Papá me había regalado una pelota Penalty de cuero, que nosotros dos religiosamente limpiábamos cada día gajo por gajo con un cacho de grasa que nos daba el Ñato de la carnicería.
(Esa pelota después me la pisó un 105 mientras jugábamos al mete gol entra en la casa de Nico. Y la verdad es que el bondi venía a las chapas y podría haber frenado.)
Pero no viene al caso, porque el tema fue que aquella tarde me insististe hasta el hartazgo que le pegará con las dos piernas. Derecha, izquierda decías. Que así se forman los grandes goleadores.
Entonces quedé tan cansado que me trajiste un pedazo de hinojo para mordisquear, que comí aunque no me gustara mucho, porque vos decías que daba fuerzas interiores.
Igual yo te pedí las semillas de zapallo como siempre.
Por eso volviste a entrar a la verdulería y cortaste el zapallo con ese cuchillo especial de dientes puntiagudos.
Le robaste como cien semillas y me las diste ya peladas. 
Me gustaba masticarlas todas juntas hasta formar un pastiche que saboreaba en la boca durante un buen rato.
Eran tantas las semillas que se te caían de las manos y las sobritas las tirabas en el cantero del Árbol Gigante. Ese que está en la vereda, justo entre la verdulería y la puerta de la casa de Doña María. De dónde ayer arranqué la hojita, con cuidado por supuesto, como me enseñaron vos y la Abuela.
Esa tarde se te cayó una semilla sin pelar en el cantero, sin que lo notaras. Yo no la agarré. Y estuve en mi patria de infancia para verlo.
Después vino todo lo otro:
Fuimos en Diciembre a llenar baldes de moras de la General Paz para que la Abuela haga mermelada. Y me diste el sanguche de mortadela y queso que me gustaba después del entrenamiento cuando me venías a buscar con el Dogde celeste.
Aunque en verdad antes de eso nos subimos a un barco para cruzar el Atlántico con una valija de madera.
Y lo que siempre me jodió es que, en la montaña de tu pueblo, no me llevarás a juntar los cadáveres de los soldados muertos en la guerra, con los que sé (porque me lo contó Tío Mario en Italia) te ganabas una monedas para comer a los doce años.
Seguro lo hiciste para cuidarme, porque después de que nunca te lo dijera, me compraste cuatro turrones por un peso en la Estación de Sáenz Peña. Que devoré camino a la cancha de Estudiantes, cuando Sportivo Italiano jugaba en Caseros.
De todas formas no te preocupes, porque Mamá nunca se enteró que era la mentira que íbamos en tren. Y que en verdad pateábamos las cincuenta cuadras hasta Caseros, abajo del sol hirviendo comiendo frutillas sin lavar.
Así aprendí a caminar abajo del sol. Así aprendí a putear. Porque el otro día en la cancha con un peso comí un solo turrón.
Hablando de la cancha, no sabés lo que nos costó dejar otro pedacito de vos ahí. Tuvimos que hacer una carta al presidente del Club! Que aprovechamos con ganas para contarle de tus andanzas como albañil del ya viejo nuevo Estadio. Y cómo, a fuerza de cemento, cal y sangre nos hiciste a todos Fortineros.
Pero lo logramos. Estas en la popular Este. La del tablero. La nuestra.
Justo atrás del arco en el que Chilavert le clavó ese golazo al ángulo a Navarro Montoya. Cuando le ganamos 5 a 1 al Boca de Caniggia, Verón y Maradona!
Te cuento por si no lo viste, que el Árbol Gigante del cantero está viejito. La pucha, que el ciclo de la vida es infalible!
Está todo doblado, a punto de caerse para la calle. Y en cualquier momento vienen los de la Municipalidad a talarlo. Porque una vecina nueva que vive al lado del Almacén de Don Alfredo no para de quejarse.
Dice que en una tormenta se la va a venir el árbol encima del auto.
Y no creo que en la talada los de la Muni tengan la sutileza de dejar la planta de zapallo.

*A mi amado Nono Roberto
Buenos Aires, diciembre de 2008
Leo Parigi