LOS ANDARES DEL VAGAMUNDO Y MALACARA

* "Los andares del Vagamundo y Malacara" es la fàbula que acompaña al disco de Karavana "Vagmundo", editado en Febrero de 2010.
Aquì les va! Que lo disfruten!


1

Helos aquí, con vosotros, queridos mortalitos:
El Vagamundo y Malacara.
El paria desheredado de los universos plegables
y su intrépida compañera de andanzas.
El rey del presente y la princesa de la casualidad.
Ellos mismitos se nacieron un día.
Entre mugre y rabia,
en medio de la Ruidópolis,
Se dieron vida de puro azar
—Como todo lo ocurre en el mundo del puro azar,
al que hay que darle, de vez en cuando, un aventón de causa—
Ya de gurrumín se le veía al Vagamundo
testadura, de buen genio y dormilón.
Y a la Malacara siempre atenta,
con un cohete de fuego por cola,
correteando pa´ todos lados
Resulta que esta historia no sabemos bien a dónde va.
Lo que sí sabemos es que a los dos
les hastiaba el estancamiento
—Y más tarde aprenderían que la quietú, a veces, es buena virtú—
Por eso andaban los posibles caminos
a tracción de sangre y pasión.
(Porque además es de popular conocimiento
que lo que mata es el aburrimiento.)

2

Dicen que dicen las bravas lenguas,
que a un lado de la avenida
vive la buena gente
y al otro lado sobreviven los de la mala vida.
Sabemos por comentarios oídos en tertulias
de vino tinto y carnes asadas,
que ésta —la de otros y unos— es forma bien fácil
de ver la cosa peligrosa y enredada que es el mundo.
Visto desde los arribas, el Kumbia Town
está lleno de líneas rojas, candados, rejas y llaves
que todo lo cierran.
Y esa filosofía añeja ya, queridos mortalitos,
responde a garabatos de viejos vinagres
de la cartografía mental.
Cuestión es que el Vagamundo y Malacara
le andaban a la Ruidópolis con pena y gloria.
Pero como ya supimos,
les hastiaba la chatura de la simple vista
—Cuando uno vive mirando las cosas al pasar,
como si un día más de vida fuera algo común—
Y es por ello que, enojados con aquel cuentito
de la cigüeña y la explosión big ban que todo lo originó,
decidieron viajar por los rincones, agujeros, ventanas
magias y dimensiones del Kumbia Town.
Alta empresa les aguardaba entonces.
Se vendrían días de aventura y amargura
de malaria y de buenaria.
(Porque así es la cosa peligrosa
dolorosa, fatigosa y engorrosa
de curtir este mundo horrible
aunque otros mundos sean posibles.)

3
Ejem…retomando, si me permite estimado compañero,
—dijo Malacara— así es la vida,
como un tubo de dentífrico:
Cada mañana apretás y apretás
pa´ que salga un poquito más,
y aunque pareciera que Nunca…
Un día… ¡Boom! y ¡San Se Acabó!
Dispuestos a la nada y los todos,
cargaron sus petates y chirimbolos
y rumbearon por la Panamerikana,
riendo a las carcajadas por la cantidad de veces
que habían tomado aquella ruta sin saber
que podría llevarlos hasta la mismísima merda.
Entonces durante siglos y días rolaron
por amores, montañas y misterios,
en camión, camioneta y zorra,
por fogones, riachos y penas,
a dedo, a pata, a gatas.
Mismo, hay versiones periodísticas
que aseguran haberles visto
por la Alaska y por la Ushuaia.
Lo que daría entidad de Verdad
a esta aventura panamerikana
(Si bien sepamos no son de fiar,
aunque dignos de estudiar,
los dimes y diretes que cualquier burrete
dice como sin intención por radio o televisión.)  

4

Allí era Adentro.
Y un Adentro no Es sin Afuera.
Un Adentro insoportablemente húmedo
pegajoso, irreal y lento.
Allí, en ese Adentro, despertaron nuestros amiguitos,
una madrugada de enero, creyendo que más nunca saldrían.
Dicen brujos y científicos que la Malaria
es un lugar donde la occidental ley de gravedad no funca.
Donde nada sostiene a los cuerpos
y las energías ejercen fuerzas entre sí,
alocándolo y asustándolo todo,
dando nacimiento a la mismísima muerte en vida.
Las preguntas zonzas
sobre el origen del universo
y el sentido de la vida, toman el poder.
Por eso, médicos especialistas recetan
media pastilla verde con cada comida fuerte
y más media en caso de cuiqui extra.
Pasa que así la cosa nunca desaparece
—Aunque no sea cuestión de desaparecerla
sino de sacarla a bailar un rato—
Entonces las Abuelas Sabias, contradiciéndolo todo,
proponen mate cocido con leche y galletitas
luego de una siesta a la sombra del árbol de moras.
Nada de Cucos, ni hombres de la bolsa, ni negros malos que roban.
(Pues así, se la zafa uno de la Malaria
y va llegando a la Buenaria,
a fuerza de dulce de batata con queso
ravioles con estofado y vino espeso.)
 
5

Ya zafaditos de la Malaria,
nuestros amiguitos notaron otro pequeño problemón:
muchísimos de sus seres hermanos
se pasaban gran parte del día mirando un aparatejo
que vulgarmente se conoce como la Caja Boba.
Así, embobados, abombados y atontados,
los vecinos y las vecinas del Kumbia Town,
despilfarraban las preciosas horas
que la magia del existir les ofrendaba.
Por culpa de este vicio —y otras tantas cosas más—
ocurría que la Realidad
se transformaba en algo cercanamente lejano:
Como un auto rojo que no se puede comprar
o un perfecto culo que no se puede tener.
Mismo, desde que existía la Jaula Boba a colores,
extrañamente el mundo se había vuelto cada vez más gris.
Y vulgares ratas ricachonas desfilaban con impunidad
llorisqueando por su seguridad.
Pero poco en verdad es lo que pudieron hacer
El Vagamundo y La Malacara ante este flagelo mundial.
(Porque es verdad
que de la malaria individual
uno se la zafa solo,
pero en la tontera colectiva
mandarse solo es intento bobo
y se zafa entre todos.)
 
6

Andaban como siempre en la urgente calma
trabados en un problema de motores.
Su bólido ya no quería arranque
y las horas pasaban sin ton ni son al costado de la ruta.
Fue entonces que se apareció Fluyerman,
el superhéroe preferido de niños, viejos niños
y seres que no se toman la vida tan en serio.
Tampoco mucho sabemos de él,
salvo que últimamente no estaba laburando
en este mundo, porque más de una vez había creído
inútil su trabajo con los bichos terrestres.
Además contra los lindos de Superman y Batman
nada podía ni le interesaba competir.
Mas lo que sí sabemos es que
llevaba una feta de jamón crudo como capa.
Y lo importante es que se presentó de imprevisto
como todo superhéroe debe hacer en las historias.
Les sorprendió a nuestros amigos meando en unos matorrales.
Pero no llegó volando ni corriendo a mil por hora,
sino que venía en su bicicleta.
Y al grito de: ¡ridículos bichitos es ahora ya de espirituar!
destrabó la cuestión.
(Sobre todo porque la cuestión
es darle bola a la pasión,
si no se pudre el corazón
y en aquel cuore revuelto
crecen el temor y el resentimiento.)
 
7

A estas alturas habrán notado,
queridos mortalitos, que esta historia
no tiene ni norte ni sur, ni puerto ni estación,
ni principio, ni nudo, ni desenlace.
Notarán también que hay veces
que hay días en los que no pasa naranja.
Pero el tema es qué pasa cuando no pasa nada.
y uno anda perdiendo aceite y sangre por ahí
sin un Fluyerman que lo venga a destrabar,
yendo de acá para allá,
pifiando todos los tiros al arco.
Eso les pasó al Vagamundo y Malacara
cuando otra vez volvieron a pensar en su Muerte.
Les pasó que no les pasó nada.
¡Y pucha que se sorprendieron!
¡¿Por qué no nos pasa nada?!,  se preguntaban.
¡Algo tendría que pasarnos!, se comentaban.
(Nadie olvide que la costumbre
es la peor amiga de la incertidumbre
y aunque mucho duelan
los sueños, los pies o las muelas,
el dudoso o azaroso destino
es el mejor aliado pal´ camino.)

8

A la mañana de un día,
de un mes, de un año, de un siglo, de un universo,
El Vagamundos se nos enamoró.
Ella, La Mamina, era de tantas formas
como un calidoscopio de cara al sol.
Turquesa esmeralda cual lago sereno,
roja anaranjada como brasa hirviente
o negra tormenta que todo lo arrasa.
Juntos hicieron la revolución diez veces
y crearon un mundo mucho mejor
que la porquería que les había tocado en suerte.
Largas noches de fumar y beber,
se esperaron y desesperaron,
se besaron y desbesaron
de arriba abajo y por todos los costados.
Mismo, construyéronse un pequeño rancho
que tenía un techo de pan con manteca y dulce de leche.
Pasa que en la morada sólo cabían dos
y la pobre Malacara se aburría durmiendo
terribles siestas en el patio.
Por cuestiones que nunca vienen al caso
—porque estos bichitos prefieren ocultar
 para simular fortaleza—
a otra mañana, de otro día,
de otro mes, de otro año, de otro siglo, del mismo universo
El Vagamundo y La Mamina se despidieron
llorando y peleando un poco.
(Sabemos qué pasa con todas las historias
que se anidan bien adentro de la memoria.
Los corazones ya no están rotos
cuando por fin logran separarse las fotos.)
 
9

Ciriaco Buenavida no era un superhéroe,
aunque bien pudiera serlo en esta historia.
En realidad era un viejo cangrejo consejero
que ya andaba jubilado y vivía en la mishiadura.
Mataba sus horas en un tugurio oscuro cerca de un puerto,
al que algunos atrevidos llamaban Bar de Mala Muerte.
Se trataba de uno de esos piringundines
donde la gente charla y bebe, bebe y charla,
por el solo arte de beberse y charlarse.
Una de las tenazas de Buenavida
siempre sostenía un vaso de cerveza
y la otra ya estaba gastada de tanto apoyarse en la barra
para no caerse y seguir blableando sobre la vida.
Eso fue lo primerito que observaron
El Vagamundo y Malacara
al entrar con facha desanimada al Bar.
Venían derrapando por los caminos
de la parranda y la soltería varias noches ya.
Y como todos saben, los que tienen facha desanimada,
son presa fácil de cualquier Ciriaco Buenavida
que ande acodado en cualquier barra
de cualquier Bar de Mala Muerte
Por eso, entradas las horas y los alcoholes en sangre
y para cerrar la noche que ya era amanecer,
Don Ciriaco dejó aquella servilleta garabateada que decía:
(Si es que tanto agobia la pensadera
que no acabe siempre en borrachera,
mejor hacerla caminera o primavera
pa´ que por fin llegue la Gozadera.)



10

Para este entonces, El Vagamundo y Malacara
andaban rolando por el Kumbia Town en una zorra de tren
que habían encontrado abandonada cerca de una vía.
Les había llevado por muchos lares,
y traspasando montañas y campos
llegaron a un pueblo llamado Rojas.
Allí se toparon con algo inédito para estas épocas:
Un puñado de locos sobrevivientes
de la Gran Guerra del Desencuentro,
que se había alzado en armas y vivía atrincherado
en una vieja estación de tren, que también era teatro,
biblioteca y escenario de los más raros cantores.
La Milicia Minguera era un rejunte de lunáticos
anarcojipi-guevaristas-vegetarianistas
—como los definían en el pueblo—
que proponían la autogestión como forma de organización,
la participación y el trabajo comunitario.
Pasaba que El Vagamundo y Malacara le tenían
mucho miedo a la palabra Política
y no cazaban un fulbo de esas cuestiones.
Pero al ver que esta gente era amable y divertida,
entre mates, libros y cargadas,
se fueron quedando y quedando
hasta hacerse ya dignos Soldados Mingueros.
¡Y habría que haberles oído usar palabras
como Autonomía u Horizontalidad!
(Pues la más primera revolución
se arranca desde el corazón,
ya que todos hacen política al andar,
aún en el simple arte de pensar o caminar.)


11

En la última ventana del Kumbia Town
un pequeño cartel anunciaba:
Abracadabra Karavana…
alta banda saca las armas,
danza, salta, canta.
Amasa la pasta
ataja las balas.
Atrapa a las almas canallas,
las raspa hasta hartarlas.
Abracadabra Karavana…
Lanza llamas,
anda a pata, a gas, a nafta.
Traspasa las vallas
arranca carcajadas.
Tranca va a la batalla
¡hasta ganarla!
Desesperados por una incontenible alegría,
El Vagamundo y Malacara dejaron fusiles y mochilas
para adentrarse en su tan soñada Peña Mestiza.
Les guiaba una música que, a cada paso,
se hacía más y más caliente.
Y por fin llegaron a ningún lado.
Al son de las penas, sudando gotas de colores,
danzaron, bebieron vino a más no poder,
comieron choripanes y tortas caseras.
(¡No olvidad nunca mortalitos
que habitamos mundos inmunditos!
Y nos nacemos en la bailadera de los desterrados
jugando a la kermesse de los enterrados,
buscando el alegrón de los encerrados
soñando la gozadera de los aterrados.)
 

12

(El Vagamundo sacó los últimos restos de yerba
que quedaban en el paquete.
Sacudió el mate para limpiarlo de polvo
y puso la bombilla.
La Malacara le acercó una pava recién robada al fuego
y se acomodó echándose sobre un tronco.
¿Qué es todo esto?, preguntó El Vagamundo con voz tímida.
No sabría bien qué decirle, respondió La Malacara.
Pero usted siempre tiene algo para decir, retrucó El Vagamundo.
Muy bien, si quiere le tiro fruta… y siguió la Malacara:
Contestando a su pregunta inicial, diría que
todo esto es un paréntesis
pero no cualquier paréntesis,
sino uno que abre y cierra
entre el  no existir y el no existir.
Como la máscara que nos tapa el rostro
pero no oculta la mirada.
Como la grieta que nos obliga a 
ejercitar el precipicio.
Como el yuyo que crece vigoroso
entre las baldosas de cemento.
Como la verdad que es anónima
y se caga en nosotros.
El Vagamundo chupó por última vez el mate y respondió:
¡Tiene usted razón compañera!
Como a todos los bichos del terrestre existir
nos han tocado jodidas épocas de vivir.)