Ayer le mostré a la Abuela una hojita muy verde y peluda. Ella dice que no es una hoja de zapallo. Que las de la planta de zapallo no se abren para los costados como ésa. Pero para mí es zapallo.
La arranqué con cuidado por la tarde, cuando salí de tu casa a caminar un rato.
Es que llevaba un par de horas saludando familiares que hace años no veía y necesité una bocanada de barrio en primavera.
Estaban todos ayer. Los de San martín, Marta y Aldo con la parentela, Delia (que trajo saludos del Pelado) y Tito de Tortuguitas. Hasta la Tía Blanca que esta viejita, se vino desde Tigre en colectivo.
Todos me abrazaban fuerte y me recordaban algo de vos.
Que campeón de tejo, que tano testadura, que Vélez, que “Villa la Contentezza”…
En un momento preferí salir a fumar, y después respirar las azaleas, que en noviembre inundan toda la cuadra con su perfume de años que ya no tengo más.
Insisto en que es una hoja de zapallo. No podría ser una planta silvestre, aunque la Abuela sepa mucho de plantas.
Además conozco la historia de esa hoja desde su origen.
No se si vos te acordarás, pero yo recuerdo aquel día en que estaba peloteando contra la pared de la verdulería y empezó todo:
Saliste con la birome en la oreja y el delantal todo sucio a saludar a Doña María que justo sacaba a pasear a Polilla.
Yo le tenía un poco de bronca a Polilla; por eso cuando podía le pegaba una pelotazo en la jeta sin que la vieja lo viera. Me encantaba verlo ladrar enfurecido, frunciendo el hociquito chato, mostrándome los colmillos afilados.
Papá me había regalado una pelota Penalty de cuero, que nosotros dos religiosamente limpiábamos cada día gajo por gajo con un cacho de grasa que nos daba el Ñato de la carnicería.
(Esa pelota después me la pisó un 105 mientras jugábamos al mete gol entra en la casa de Nico. Y la verdad es que el bondi venía a las chapas y podría haber frenado.)
Pero no viene al caso, porque el tema fue que aquella tarde me insististe hasta el hartazgo que le pegará con las dos piernas. Derecha, izquierda decías. Que así se forman los grandes goleadores.
Entonces quedé tan cansado que me trajiste un pedazo de hinojo para mordisquear, que comí aunque no me gustara mucho, porque vos decías que daba fuerzas interiores.
Igual yo te pedí las semillas de zapallo como siempre.
Por eso volviste a entrar a la verdulería y cortaste el zapallo con ese cuchillo especial de dientes puntiagudos.
Le robaste como cien semillas y me las diste ya peladas.
Me gustaba masticarlas todas juntas hasta formar un pastiche que saboreaba en la boca durante un buen rato.
Eran tantas las semillas que se te caían de las manos y las sobritas las tirabas en el cantero del Árbol Gigante. Ese que está en la vereda, justo entre la verdulería y la puerta de la casa de Doña María. De dónde ayer arranqué la hojita, con cuidado por supuesto, como me enseñaron vos y la Abuela.
Esa tarde se te cayó una semilla sin pelar en el cantero, sin que lo notaras. Yo no la agarré. Y estuve en mi patria de infancia para verlo.
Después vino todo lo otro:
Fuimos en Diciembre a llenar baldes de moras de la General Paz para que la Abuela haga mermelada. Y me diste el sanguche de mortadela y queso que me gustaba después del entrenamiento cuando me venías a buscar con el Dogde celeste.
Aunque en verdad antes de eso nos subimos a un barco para cruzar el Atlántico con una valija de madera.
Y lo que siempre me jodió es que, en la montaña de tu pueblo, no me llevarás a juntar los cadáveres de los soldados muertos en la guerra, con los que sé (porque me lo contó Tío Mario en Italia) te ganabas una monedas para comer a los doce años.
Seguro lo hiciste para cuidarme, porque después de que nunca te lo dijera, me compraste cuatro turrones por un peso en la Estación de Sáenz Peña. Que devoré camino a la cancha de Estudiantes, cuando Sportivo Italiano jugaba en Caseros.
De todas formas no te preocupes, porque Mamá nunca se enteró que era la mentira que íbamos en tren. Y que en verdad pateábamos las cincuenta cuadras hasta Caseros, abajo del sol hirviendo comiendo frutillas sin lavar.
Así aprendí a caminar abajo del sol. Así aprendí a putear. Porque el otro día en la cancha con un peso comí un solo turrón.
Hablando de la cancha, no sabés lo que nos costó dejar otro pedacito de vos ahí. Tuvimos que hacer una carta al presidente del Club! Que aprovechamos con ganas para contarle de tus andanzas como albañil del ya viejo nuevo Estadio. Y cómo, a fuerza de cemento, cal y sangre nos hiciste a todos Fortineros.
Pero lo logramos. Estas en la popular Este. La del tablero. La nuestra.
Justo atrás del arco en el que Chilavert le clavó ese golazo al ángulo a Navarro Montoya. Cuando le ganamos 5 a 1 al Boca de Caniggia, Verón y Maradona!
Te cuento por si no lo viste, que el Árbol Gigante del cantero está viejito. La pucha, que el ciclo de la vida es infalible!
Está todo doblado, a punto de caerse para la calle. Y en cualquier momento vienen los de la Municipalidad a talarlo. Porque una vecina nueva que vive al lado del Almacén de Don Alfredo no para de quejarse.
Dice que en una tormenta se la va a venir el árbol encima del auto.
Y no creo que en la talada los de la Muni tengan la sutileza de dejar la planta de zapallo.
*A mi amado Nono Roberto
Buenos Aires, diciembre de 2008
Leo Parigi
*A mi amado Nono Roberto
Buenos Aires, diciembre de 2008
Leo Parigi
1 comentario:
Lindo homenaje al abuelo.
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